domingo, 28 de agosto de 2016

11 UNA OCUPACIÓN CURIOSA.


(Imagen por cortesía de es.pinterest.com)

Una tarde ocurrió. Reinaba el silencio. Bueno eso no es totalmente exacto. Digamos que sólo se oían los ruidos de la ciudad. Que me faltaba algo. Estaba muy cansado y tardé en caer de qué se trataba. No escuchaba música. Todos los días mi vecino de arriba, un enamorado del jazz como yo, nos deleitaba con su maravillosa colección quisiéramos o no. Pero en contra de lo que me tenía acostumbrado pasaron varios días sin una nota en el aire. Lo imaginé ausente y me hice a la idea, hasta encontrarnos en el portal. Tras saludarle le noté abatido y me contó que llegaba muy cansado a casa porque había estado muy ocupado con un paciente. Le solté la trivialidad de que se tenía que tomar la vida con calma y que tal vez sería mejor que en esos casos sacara tiempo para él y que, por ejemplo, podía retomar la trompeta, con la que a veces finalizaba sus sesiones, o sencillamente volver a escuchar sus discos. Me lo agradeció, más por educación que por otra cosa, y se limitó a responderme que trataba un caso muy serio. Hasta ese momento no me podía imaginar que él era de un profesional de la salud.

Un par de días más tarde volvimos a encontrarnos. Acababa de comprar un exótico disco de soul interpretado por músicos asiáticos y sonreía de oreja a oreja. Quise informarme del estado del enfermo por lo que tras saludarle le pregunté. Mejoró repentinamente y, aunque parecía increíble, ya estaba bien. Luego me agradeció mi interés. Aproveché y le pedí su opinión acerca de unas molestias en el hombro. Quedé sorprendido cuando me dijo que no podía ayudarme. Debió verlo en mi mirada y quiso aclararlo. Se trataba de un planetista especializado. Concretamente un selenólogo. La Luna se había sentido mal y había amenazado en quedarse en su fase de luna nueva. Él la había atendido y acompañado por las diferentes fases mientras ella se fortalecía. Ahora, había vuelto la alegría a la gente, se reajustaban las mareas y las plantas de la huerta crecían más sanas y más fuertes.

sábado, 27 de agosto de 2016

10 LUPITA (3 DE 3)

LUPITA.


8.


(Imagen cortesía de zotal.com)


El timbre del teléfono las despertó. Mar se aseó mientras Cecilly remoloneaba en la cama. Cuando fue a vestirse Cecilly, que iba a entrar en el cuarto de baño, le dijo que quien llamaba era el señor Kent para avisarles de que un oso grizzly había estado merodeando por su hacienda. Como le pareció notar un gesto de preocupación en Mar añadió inmediatamente que Bob Kent llevaba viendo grizzlies toda su vida y que por lo general se trataba de osos negros. No obstante, no debía de preocuparse porque siempre habían habido osos en la región y les habían ignorado. Los animales solían rehuir a las personas aunque no a los cubos de basura.


Mildred le dio efusivo saludo al entrar en la cocina que olía maravillosamente. Le preguntó por Cecilly y Mar le respondió que se estaba vistiendo.


—Bien. Cuando hagáis las camas y hayáis recogido vuestro cuarto podéis hacer una excursión para que Cecilly te enseñe los alrededores. Luego almorzaremos y esta tarde podréis haraganear. Hoy puede que vengan a vernos los Kent, unos vecinos de más al norte. ¿Te gusta la tarta de arándanos?


Esa tarde no fue nadie. Al igual que por la mañana dieron un paseo a caballo por los alrededores y para un par de días después planificaron una excursión llevando la comida. Cepillaron, dieron de comer a las monturas y limpiaron las cuadras. Aunque no hizo un calor excesivo acabaron dándose unos buenos remojones con la manguera y secándose al sol. Fue un día completo de risas que hizo muy felices a los padres de Mar cuando los llamó al atardecer y les contó cómo le había ido. Por la noche en lugar de televisión, Mildred les contó algunas historias acaecidas en la región y se atrevió a cantar algunas canciones acompañada de su vieja guitarra. También “Lupita” se arrancó con alguna ranchera. Cuando se acostaron no tuvieron problemas para quedarse dormidas y tener felices sueños.


De madrugada se oyó el rumor de un motor entre los sonidos de la noche. También se escucharon unos gruñidos sordos. En el establo las yeguas y los caballos estuvieron en guardia.


Al amanecer Mildred encendió la cocina y comenzó a preparar los desayunos. Esa tarde tendría que hacer algo de compra pues las chicas querían poner en práctica al día siguiente la excursión planificada y no le quedaba mucho que ponerles. Además, treinta y seis horas más tarde, si se mantenía la previsión de su hijo, tendría dos nuevos huéspedes. Se sirvió el café y se quedó en silencio, escuchando. Como por instinto fue al armero, introdujo la llave y sacó uno de los dos rifles. Comprobó en qué situación estaba y a continuación repitió la operación con el otro dejando ambas armas listas. A continuación les puso una etiqueta roja. De nuevo en la cocina pensó que tal vez era demasiado pero, por si acaso no iba a confiarse. También la excursión de las niñas sería más corta y lo excusaría pidiéndoles ayuda para preparar la casa para recibir a los padres de Mar.


Se fueron juntas de compras y el resto del día lo pasaron genial entre caballos remojones cuando apretaba el calor y ratos muertos tendidas al sol para que las secara. En el supermercado saludaron a un par de conocidos, entre ellos los Kent que no habían podido ir la tarde anterior. Algunas personas se volvieron a mirar a Mar, no eran corrientes los extraños por aquellos parajes. Claro que no era la única forastera.


9.


A Cecilly le decepcionó oír a su abuela que tendría que cambiar los planes. Sin embargo, cuando entró en las cuadras notó la tensión de los animales. Seguramente no habían descansado bien y eso les tendría más suspicaces y menos dispuestos a colaborar. Ensilló los dos mismos de la víspera mientras aguardaba a “Lupita” que estaba ayudando a Mildred a fregar y terminar los sándwiches. Iba a ser una jornada calurosa para lo que era la región y habría sido agradable darse un baño tras la cabalgada matutina justo antes de despachar las viandas y luego dejarse secar al sol como en la víspera. Pero, iban a ir muy justas de tiempo. Cecilly no tenía intención de cambiar nada del recorrido que había planeado, al menos hasta que vio a Mar y le preguntó si le ocurría algo.


—Hace mucho que no monto.


Señaló la parte dolorida y Cecilly cayó en cuenta que ella llevaba haciéndolo desde que llegó cinco semanas atrás y en San Francisco siempre que podía. La animó y le preguntó si le apetecía que se dieran un baño hacia el mediodía. Mar asintió. Corrieron ambas a cambiarse y a informar a Mildred del recorrido nuevo demoraron la salida un cuarto de hora. Ahora recorrerían una distancia bastante menor y no se alejarían tanto, como Mildred quería. Cecilly pensó que por su amiga bien valía claudicar.


(Courtesy of flikie.com)


La jornada transcurría tranquila. Pasearon hasta el río y siguieron su cauce contracorriente. Cada vez hacía más calor por lo que desmontaron junto a un remanso y Cecilly organizó el campamento. Luego se dieron un baño refrescante en las aguas frías y se tendieron como acostumbraban a secarse. No se dijeron nada. Permanecieron bastante tiempo en silencio, mirándose de vez en cuando, hasta que Cecilly se fue incorporando lentamente. Mar permaneció acostada sobre la toalla mientras la rubia se acercó primero a los caballos y luego dio una vuelta por los alrededores. Cuando regresó Mar tenía los ojos cerrados pero oyó como Cecilly se vestía y le pedía que se levantase e hiciese lo mismo. Preguntó, mientras metía la pierna izquierda en la pernera de los pantalones, si pasaba algo y su amiga le dijo que sí. Que comerían rápidamente y volverían al rancho. Engulleron un par de sándwiches, bebieron otros tantos tragos y tras recoger tomaron el camino de vuelta atajando lo que podían. Cecilly parecía tensa aunque, a medida que se alejaban del río se iba tranquilizando.


—¿Qué pasa Cecilly?


—No te alarmes. Ya creo que estamos lo bastante lejos y posiblemente sólo ha sido una coincidencia pero vi huellas recientes de un gran oso. Podría ser el que decía el señor Kent. De cualquier modo lo mejor será no comprobarlo. Regresemos a casa, ya estamos muy cerca, y avisemos a la abuela.


Continuaron un buen trecho en silencio tratando de captar sonidos y olores que delataran al plantígrado. Los caballos se empezaron a poner nerviosos, tal vez porque notaban la tensión o porque un poco antes que ellas pudieran oírlo habían captado el ruido lejano del motor de un todo terreno que tras adelantarlas acabó por detenerse casi a su lado. Frenaron los caballos cuando se abrió la portezuela del conductor y se apeó un hombre alto y fornido. Mar al verlo se quedó petrificada y Cecilly, aunque no lo conocía, también. Les apuntaba con una automática y les pedía que desmontasen. Mar había reconocido al instalador del sistema de climatización con el que había chocado unos días antes en las cercanías de la iglesia. Ya frente a frente se miraron ambos.


—Pero… ¿no le habían detenido? Me dijeron que habían arrestado a dos personas. Su compañero y… ¡Claro! conducía otro.


—Eres una chica lista. Sí, éramos tres. Pero no lo has sido lo suficiente.


—¿Cómo me ha encontrado?


—No tienes muchos amigos ni mucho dinero. Yo también pensé primero en Chicago y allí habrías estado más segura siempre que no hubieras ido a ver a… Evergreen.


—Está muy bien informado.


—No pienso deciros nada más. Bueno, sí—. Hizo una pausa. —Sabéis lo que os espera pero, aunque sé quiénes sois y vosotras me habéis visto como nadie más lo ha hecho por lo que no le haré nada a nadie más ni de vuestras familias ni amigos. Espero que os conforte algo. Ahora procedamos.


En ese momento Cecilly soltó un alarido y arreó los caballos contra el pistolero que recibió el golpe de uno de los jacos y acabó en el suelo. Acto seguido le ordenó a Mar que corriera y ambas se metieron en el vehículo, lo arrancaron y el pistolero disparó varias veces. Cecilly se quejó, perdió el control y se estrellaron contra un grueso tronco destrozando su medio de fuga. Mar vio acercarse renqueante al pistolero. Tal vez podrían huir pues seguramente en esos momentos eran más rápidas pero miró a Cecilly y la vio desencajada y llorando de dolor.


—La bala sólo me ha rozado pero, el tobillo, creo que me lo he roto.


—Bajaré para ayudarte. Si alcanzamos esos arbustos podremos escondernos.

           (Courtesy of dailymail.co.uk)
Al abrir la portezuela los acontecimientos se precipitaron. Miraba por encima del hombro al sujeto que les quería dar caza cuando una mole inmensa de pelo llegó corriendo y se abalanzó sobre él. A pesar de lo rápido del ataque el pistolero logró esquivar la embestida y disparar nuevamente. El oso herido se levantó sobre sus patas traseras y el pistolero corrió hacia los arbustos a los que se acababa de referir Mar. El plantígrado corrió cojeando tras él. Sonaron nuevas detonaciones y al menos un proyectil más alcanzó al animal. Cazador y presa se perdieron de vista.


—Seremos las siguientes si no nos movemos. ¡Vamos Cecilly! Te ayudaré a subir al árbol.


Y sin atender a razones Mar saltó del vehículo, lo rodeo y llegó a la puerta del conductor tras la que estaba su amiga. La gran masa de pelo, ahora ensangrentada, salió despacio de la espesura y se aproximó lentamente mostrando los enormes colmillos. Mar no quiso ver más y ella y Cecilly se miraron a los ojos despidiéndose. Entonces el grizzly se arrancó para abalanzarse sobre Mar. Cecilly quedaba de momento fuera de su alcance.


10.


(Courtesy of onlyinyourstate.com)


Un segundo y acabó todo. Mar no sintió nada. Cuando se volvió asustada y temblando vio la enorme alfombra. Luego escuchó el motor del coche de Mildred. Cecilly nunca se alegró tanto de ver a su abuela. La mujer al escuchar los primeros disparos había cogido uno de los rifles del armero que había alistado. Era buena tiradora y aunque le dio mucha pena acabar con la vida de aquel animal magnífico sabía que no podía hacer otra cosa. Enloquecido por el dolor de las heridas acabaría con las niñas aunque su nieta hubiera parecido estar a salvo dentro del habitáculo. El parabrisas estaba roto. Se aseguró que el oso estaba muerto y entre la maleza encontró el cuerpo inerme del pistolero. Segura de que no había peligro corrió a reconfortar a las niñas. Mar y Cecilly se abrazaban y lloraban juntas la tensión acumulada y el miedo pasado. Esa noche ambas regresaron a Helena, al hospital, donde de madrugada fueron varios agentes a tomarles declaración. Casi al amanecer las dejaron dormir unas pocas horas.


Los padres de Cecilly y la madre de Mar llegaron por la tarde. Habían viajado juntos. Mildred con bastante tacto había ido poniéndoles al tanto filtrando las noticias poco a poco en varias llamadas. La alegría de las muchachas fue inmensa. Todo había concluido. Mar preguntó por los heridos y le dijeron que se estaban reponiendo. La presunta muerte de los policías y la criminalización de la tía Adela y de ella eran meros ardides empleados en la investigación. Al final no habían conseguido despistar a nadie pues las implicaciónes llegaban más lejos de lo que habían supuesto y alcanzaban a unos cuantos detectives y a un par de agentes federales. El padre Lonergan había reconocido en su comunidad a un antiguo terrorista y traficante de cuando él oficiaba, décadas atrás, en Irlanda del Norte y que se consideraba muy seguro amparado por el secreto de confesión. Sin embargo, el cura aún a pesar de que podría estar rompiendo sus votos, se las arregló para hacer saber, sin dar nombres, de quien se trataba a las autoridades federales, destapando con ello una red de infiltrados a sueldo de una organización mafiosa levantada por este sujeto en su nueva residencia.


Desde que obtuvieron el alta regresaron al rancho y ambas muchachas dedicaron los siguientes días a haraganear hasta que un poco apretados retornaron todos juntos a San Francisco. La víspera del retorno contemplaron en la quietud del lugar las Lágrimas de San Lorenzo y pidieron el deseo de seguir siendo amigas siempre.

09 LUPITA (2 DE 3)

LUPITA.


4.


(Courtesy abc7news.com)


Una mañana de finales de julio tras la festividad del Apóstol Santiago, el día de Santa Ana, hacía un calor tórrido. Mar y la tía Adela llegaban las primeras a la parroquia cuando tropezaron con dos sujetos que salían precipitadamente del lugar para montarse en una furgoneta de una empresa de acondicionamiento de aire. Llevaban sendos monos oscuros e iban tan absortos que uno de ellos arrolló a Mar aunque la ayudó amablemente a levantarse y le pidió disculpas. El otro aguardaba impaciente mientras el vehículo arrancaba. Les vieron marcharse deprisa y Adela en tono fatalista le comentó a Mar que iban a pasar calor ese día.


—¿Por qué?— preguntó Mar.


—Porque esos técnicos parece que han salido huyendo de las broncas del padre Lonergan. Eran técnicos del aire acondicionado y si han venido tan pronto es porque urgía. Con este calor, dentro de un par de horas, vas a saber lo que es estar en el Valle de la Muerte. Lo menos ciento treinta grados.


—Exagerada.


Entraron en el edificio y su frescor les hizo estremecerse. El problema tal vez fuera que iban a ser las únicas personas en esa parte del país que iban a pasar frío. Pero todo pasó a un segundo plano cuando vieron en el suelo el cuerpo del padre Lonergan. Junto a él había un charco de sangre. Adela llamó inmediatamente a la policía y tomó unas fotos con su teléfono móvil antes de tocar el cuerpo. Estaba vivo pero una brecha en la cabeza no dejaba de sangrar. Le urgió a Mar a que buscara toallas o lo que fuera con lo que pudiera contener la hemorragia. Un rato después estaban camino de la comisaría. Mar se había fijado bien en el técnico y tenía que colaborar en la realización de un retrato robot. El padre Pérez siguió con las actividades de la parroquia aunque sin la colaboración de Mar.


Un coche patrulla las llevaba cuando al detenerse en un semáforo les tirotearon desde una moto hiriendo a uno de los agentes. El otro, las ayudó a salir del habitáculo para que se hicieran fuerte al otro lado del vehículo mientras repelía a sus agresores que huyeron. Se levantaron y de repente el policía cayó al suelo. Adela cogió de la muñeca a su sobrina y corrió entre el tráfico buscando un edificio donde refugiarse. En la entrada del metro metió su mano en el bolso, sacó el dinero que llevaba y se lo hizo guardar a Mar. Luego le ordenó que corriera y se pusiera a salvo. Mar se fijó que la sangre que tenía su tía no era sólo la del padre Lonergan. Aterrada corrió escaleras abajo. Se metió en el primer convoy que vio pasar y se apeó en alguna parada del recorrido sin fijarse donde. De hecho caminó errática el resto de la mañana hasta que el hambre la hizo entrar en una cafetería. Allí se fue al baño, se aseguró de que no hubiera nadie, contó el dinero y apartó unos dólares para tomar algo.


Mientras comía una hamburguesa en la barra junto a un par de transportistas de algún lugar de El Salvador o Nicaragua escuchó las noticias en televisión y un coche pasó despacio mirando sus ocupantes a la concurrencia a través de los ventanales. Decían que había tenido lugar un tiroteo en el centro de la ciudad en el que habían muerto dos agentes cuando conducían detenidas a dos inmigrantes hispanas relacionadas con un tema de drogas y mostraban las fotos de la tía Adela y de ella. Por fortuna la gente no estaba por reconocer a nadie y menos a una niña. La sospechosa mayor había sido detenida tras enfrentarse a otros agentes que habían tenido que emplear sus armas con ella. Se pedía la colaboración ciudadana para detener a Mar.


Mar intentó regresar a su casa pero uno de los pandilleros de su barrio cuando la vió la detuvo. Ella le conocía porque era uno de esos sujetos de los que tenía que apartarse pero, cuando no quedaba más remedio que cruzarse con él o intercambiar alguna palabra, siempre lo había tratado como a los demás: con educación y respeto.


—No sé qué estará pasando pero se que tu tía y tú no estáis metidas en nada. Por lo que he oído esto es muy gordo. Tu casa está vigilada y también las de tus parientes. Hay federales de por medio. Búscate un sitio en el que no te conozcan y escóndete. Me voy, esto es peligroso incluso para alguien como yo.


Mar apenas acertó para darle las gracias antes de que se esfumara. ¿Qué podía hacer? ¿Dónde podía ir? Estaba aturdida por la precipitación de los acontecimientos. Si al menos pudiera pensar. ¡Sí, Eunice! ella seguro que le ayudaría y Chicago estaba lo bastante lejos como para que no la encontrasen pero, ¿le daría el dinero? Buscó un sitio sin cobertura, copió unos números de su móvil en un papel y luego rompió el aparato que tanto esfuerzo le había supuesto a sus padres comprar. Los federales tenían muchos medios pero ella era también muy lista. Se escondería donde no la encontrasen. Lo mejor era salir de la ciudad, dejar a la familia para no comprometerla más. Tenía que llamarles. ¡No! pondría sobre aviso a quienes la buscaban. Seguramente los teléfonos estarían intervenidos. De nuevo se quedó bloqueada, en blanco, y paseó sin rumbo durante horas hasta que agotada buscó un rincón donde no era fácilmente visible y se quedó dormida.


Al amanecer despertó. Se esperaba un nuevo día bochornoso. Creía haber encontrado la solución en sus sueños: Eunice y Cecilly. Sus amigas la acogerían. Ambas estaban muy lejos pero tenía dinero y la posibilidad de colarse en algún autobús. Corrió pues a la estación que conocía. No pensaba con claridad. Estaba cansada y hambrienta. Le parecía que todo el mundo la miraba. Un policía pasó a su lado pero no la dijo nada. Ni siquiera se percató de que se había quedado rígida de miedo pues no le había visto venir por su espalda. Corrió a los baños y se lavó y trató de calmarse. Ante el espejo se acomodó la ropa y ordenó su pelo que recogió con una goma. Una vez que se serenó su mente parecía que volvía a funcionar y más decidida y resuelta se colocó en la cola para comprar un billete a Chicago. Habían más personas que tenían intención de ir allí pero, cuando oyó el precio del viaje, quedó claro que sólo podía contar con Cecilly.


5.


(Courtesy os lahosken.san-francisco.ca.us)

—Por favor, un billete económico para Helena, Montana.


El empleado la miró de arriba a abajo. Receloso preguntó si era para ella. Mar miró rápidamente hacia atrás y señalando a una joven morena, probablemente mejicana también y respondió.


—No, es para mi hermana. Mar. Mar Velázquez.


Mar parecía haber convencido al empleado. Este miró que hubieran plazas, le dijo que el trayecto serían ciento treinta y siete dólares y le informó de los transbordos. Mar le escuchó con atención mas, viendo que volvía a sospechar decidió cortarle con un “no te enrolles”. De todos modos ya sabía suficiente.


—Gracias, pero Mar ya ha hecho antes este trayecto. Gracias… gracias.


Como le pareció notar que el empleado no le quitaba el ojo de encima se acercó a la joven morena. Se puso a su lado y le preguntó en español un par de tonterías sobre dónde podía tomar un sandwich y si tendrían que esperar mucho para salir a Sacramento y que no podía decirle. La joven le respondió con detalle a la primera pregunta, en español también y a la segunda sólo le dijo que no iba a Sacramento. El empleado seguía atendiendo a la gente en la cola del mostrador sin hacerlas caso y Mar juzgó más prudente desaparecer de la estación hasta poco antes de la partida que estaba prevista para… ¡la una de la tarde! aún quedaban cuatro horas y le esperaba más de día y medio de viaje. Miró cuánto le había sobrado y trató de encontrar la forma en que le podía sacar mayor partido. ¿Qué habría hecho la tía Rosa?


En la calle compró una botella grande de agua y unas barritas de cereales. Tomó una parte del efectivo que sobraba y devoró un perrito caliente. El resto tenía que bastar hasta dar con Cecilly. La espera se le hacía eterna y era consciente de que cada minuto que pasaba era más fácil que la descubrieran. Al regresar a la terminal buscó el autobús y alguien al que arrimarse y dar así otra imagen. Cuando abrieron se las ingenió para ser la primera en subir y parecer lo bastante ilusionada con el viaje como para haber dejado atrás a su acompañante adulto. Por fortuna se sentó a su lado una joven universitaria más preocupada de su móvil que de cualquier otra cosa en el mundo.


El vehículo se puso en camino puntualmente. Por delante tenía mil cien millas y tres transbordos. El primero al salir de California, en Reno (Nevada) una vez pasada la tarde, a eso de las seis y media. Para entonces ya habría hecho paradas en Oakland y Sacramento, la capital del estado donde vivía. Esa primera etapa la pasó pegada a la ventanilla viendo pasar el paisaje sin que se le quedara nada pues su mente estaba con sus padres, con la tía Adela y en el lugar del tiroteo reviviendo esos segundos de angustia que se le habían hecho tan largos. Tenía miedo y se puso pálida. En Reno prácticamente voló fuera del autobús. Una vez que se informó de los detalles del cambio buscó un teléfono público desde donde llamó  a Cecilly. La saludó y la otra tras unos segundos de recelo se mostró feliz de hablar con ella por lo que Mar le adelantó sus planes.


—Mañana por la tarde estaré en Helena. ¿Cómo puedo llegar al rancho de tu abuela?


—¿Mañana aquí?. ¡Espera un minuto!


Fueron sesenta segundos exactos.


—Lupita, os recogeremos en la ciudad y os acompañaremos a vuestro hotel. Yo adelantaré la ida a Helena y no esperaré a mis padres. Mi abuela y yo abriremos la casa y les daremos la bienvenida a la vez de que les ahorraremos el viaje al rancho.


—Cecilly, escucha. No tengo casi tiempo. Te estoy llamando desde un teléfono público y se me acaba el dinero. No tengo celular. Viajo sola y le agradecería a tu abuela que… No, mejor déjalo, sólamente dime cómo llegar y no os molestéis, ni llaméis a nadie ni…


La llamada se cortó. Mar estaba sofocada. Tenía la mente embotada. Se dirigió al embarque y tuvo la suerte de que su compañera de viaje iba también a Salt Lake City. Antes de subirse un guardia de seguridad la detuvo y le preguntó si estaba sola. Señalando a la joven se limitó a decir que iba con ella. El agente y Mar se le acercaron y éste preguntó a la universitaria si Mar iba con ella a lo que la joven, con fastidio porque había tenido que quitarse los auriculares, respondió que al menos desde San Francisco lo había ido hecho y que si quería seguir hasta Salt Lake… pues bien, era cosa suya. Luego se recolocó los auriculares, les dio la espalda y continuó con lo que venía haciendo desde California. Mar creyó oportuno, visto lo ocurrido, añadir algo con resignación.


—Es mi hermana mayor y… no le gusta que le interrumpan la música. No se imagina cuántas broncas con papá y mamá. Yo no tengo teléfono. Mis padres  ya dicen que pagan demasiado. Pero, yo sabría utilizarlo…


El agente la interrumpió. Le dijo que no se separara de su hermana. De este modo volvieron a ocupar asientos contiguos pasadas las siete. Mar se sorprendió cuando la estudiante se quitó los auriculares y la invitó a ponerse junto a la ventanilla una vez más. Luego le soltó que no sabía de qué iba ese rollo pero que la había librado de una buena y por lo tanto le debía una. Mar asintió y le ofreció unas barritas mientras ella se comía un par. Luego añadió que se había ido de casa porque su madre era una pesada e iba a ver a su padre en Brigham. La joven asintió pues conocía el lugar y le informó de que dispondría de un par de horas para cambiar de un vehículo al otro y para desayunar. Ella iba a dormir lo que pudiera. Esa noche no iban a ver mucho de Nevada. Todas las luces que habían en Reno serían oscuridad en el camino pues Battle Mountain era apenas un pueblo y Wendover no era mucho más grande. Claro que ella de Houston y estudiaba desde hacía algún tiempo en San Francisco, si bien había pasado muchos años en Salt Lake, donde vivía aún su madre. Al terminar abrió una de las barritas y la devoró.


Mar también comió. Despacio, reaccionando a la posibilidad real de haber tenido que regresar a San Francisco donde qué sería de ella. Seguramente no llegaría a ver a sus padres.  Debían de enfrentarse a gente muy profesional y muy peligrosa. Tenía claro que la emboscada había sido para que ella no testificara y que una vez que la encontrasen se volcarían en hacerla desaparecer. Si volvía con los suyos los convertiría de nuevo en objetivos. Ahora también podía ser responsable de que Cecilly lo fuese. No debía de haber emprendido un viaje tan largo. Para ocultarse le hubiera bastado con acercarse a Oakland y habría dispuesto de más dinero. Apenas le quedaban unos centavos. Claro que en Helena,al ser más pequeña, tal vez le fuese fácil buscarse empleos irregulares limpiando, cuidando niños y paseando perros. No habría tanta competencia porque los chavales de su edad estarían en el colegio y con sus familias. Ahí, detuvo sus pensamientos y lloró en silencio. Lo hizo durante un buen rato mientras los viajeros aprovechaban para cerrar los ojos y dormir.


6.

(Courtesy of yelp.com)


Despuntaba el alba ya en Utah cuando Mar abrió los ojos. La joven de su lado aún dormía lo mismo que la mitad del pasaje. La otra mitad, como ella, volvían a la vida. No le pareció ver que hubiera subido o bajado nadie en las dos paradas que hicieron durante la madrugada. Tras casi doce horas sentados a todos les pareció una bendición bajarse del autobús. Mar se despidió de “su hermana” de la que no conocía su nombre ni ella el suyo. Como le habían indicado se aseó lo mejor que pudo y con aspecto de cansancio y sin dinero que gastar recorrió el lugar. De nuevo tenía que ingeniárselas para encontrar “un compañero de viaje” que le permitiera no levantar sospechas pero, ¿qué clase de gente iría hasta Montana? Se acercaba el momento de embarcar y no encontraba a nadie. Al fin decidió arriesgarse y se puso a la fila para subir y acabó por hacerlo sola. Para su sorpresa nadie se sentó a su lado ni nadie le dirigió la palabra. Desde ese instante se acabaron las grandes poblaciones. Eran las ocho y cuarto y se marchaban de Salt Lake City. La primera parada sería en poco más de una hora en Brigham City para entrar, a continuación en el estado de Idaho, y llegar tras casi tres horas a Idaho Falls y en otros cuarenta y cinco minutos a Rexburg. Allí había previsto apearse para estirar las piernas e ir al baño. Luego sólo restaría un alto intermedio, ya en Montana, Butte y por último su destino: Helena.


La última jornada del viaje fue un tormento. El reloj no corría y la carretera era eterna. No tenía nada que hacer ni leer. Trató de dormir y tampoco podía. Sólo le quedaba pensar y, como la víspera, su mente volvía a sus padres y hermanos que estarían preocupados y tristes. Era posible que a estas alturas la policía ya la diera por perdida. Creerían que “los malos” la habían localizado y hecho desaparecer. ¿Cómo estaría la tía Adela? y por primera vez se le ocurrió ¿Qué habría sido de los agentes que las escoltaban? ¿Tendrían familia? Seguro que sí. Volvió a llorar en silencio y a sentirse terriblemente desgraciada, sola, perdida y diminuta.


El plan se cumplió exactamente. A mediodía ya estaban en Idaho y al ponerse en sol en Nevada camino del final del trayecto. En Butte había hecho el último transbordo y esta vez tenía compañera nueva de viaje pero ninguna gana de conversar. Era una anciana viuda bastante afligida y daba la impresión de que ambas habían tenido una pérdida reciente. Al ir a embarcar les había visto un guardia de seguridad pero ante semejante cuadro y por un sentimiento sincero de compasión ante las dolientes no quiso preguntar por sus nombres, destinos ni relación. Pasó junto a ellas y Mar que cada vez se sentía peor no notó siquiera su presencia lo que no la hizo reaccionar de ningún modo y dio una credibilidad absoluta a su personaje.


Cuando se apeó definitivamente se encontraba exhausta. Llevaba más de treinta horas de viaje y de tensión por ser descubierta. Se iba a sentar en un banco cuando ante sí vio la cara pecosa de Cecilly.


—¡Lupita!


La abrazó con un sentimiento sincero e intenso que no se podía haber imaginado en aquella que había sido su archienemiga hasta hacía poco.


—¡Dios!, ¿qué te ha pasado?


Entonces intervino una mujer mayor, de unos sesenta años, alta como Cecilly, delgada y con el cabello cano cortado en una media melena. Sus ojos parecían grises y su tez estaba oscurecida por la vida al aire libre. Debía de ser sin duda la abuela de su amiga.


—No la atosigues, diablejo. Hola, soy Mildred, la abuela de Cecilly. Ven con nosotros. ¿Tienes hambre? La verdad es que se te ve agotada. Ven vamos a casa.


—Gracias. No… no me… no me esperaba que…


Mar conmovida estrechó la mano de Mildred y se encontró sin palabras, al menos en inglés. Su amiga le ofreció su brazo y juntas caminaron al todo terreno de Mildred. Enseguida llegaron a la casa de los padres de su amiga. Durante el trayecto no dijeron nada pero Mar se dio cuenta de que sus anfitrionas esperaban que le contasen algo y, seguramente, sabían más de lo que ella le había dicho a Cecilly. El piso era bonito y para ella muy amplio. Tenía tres dormitorios pero uno lo habían transformado en despacho. Cecilly la condujo a uno de los baños. Le pidió que se diera una ducha y le ofreció un pijama corto para que se cambiara así como una muda. Mar sin desdoblarla la miró y sonriendo, por primera vez en mucho tiempo, le preguntó si creía que iba a poder llevar eso porque la rubia era mucho más grande que ella y seguramente le quedaría enorme.


—Son de mi prima Melanie que tiene nueve años y es más o menos como tú y, no creo que te haga mucha falta el sujetador Lupita. Dúchate y ven a cenar con nosotras. Ahí tienes toallas limpias. ¡Ah! estoy encantada de tenerte en casa.


Antes de dejarla definitivamente añadió:


—No, dudes en usar el secador ni nada que necesites. Te esperaremos. Cuando estamos en la ciudad solemos cenar tarde.


Al salir del baño Mar parecía otra. Sus ojos seguían enrojecidos por el llanto y se le habían formado ojeras pero se la veía sólo cansada y afligida. Su cabellera negra, lacia y larga destacaba sobre el pijama en su mayor parte blanco. Mildred elogió a Mar diciéndola que era muy guapa y luego viendo que traía en las manos su ropa usada, doblada con cuidado, le señaló un cesto grande de mimbre tras una puerta junto a la cocina. Al entrar, junto al cesto, habían una lavadora y una secadora. Mildred le dijo que ya se ocuparía de su ropa la mañana siguiente.


Se sentaron a cenar. Mar no tenía mucho apetito y apenas pudo con la mitad de su plato. Comían en silencio puesto que la invitada no tenía ganas de hablar y ni Mildred ni Cecilly la iban a preguntar.

7.



Mar despertó antes de lo que sus anfitrionas habían pensado. De hecho cuando se levantó sólo Mildred estaba en pie y tomaba una taza de café. Mar saludó educadamente y tras tragar saliva dio las gracias, una vez más, por la hospitalidad.


—Mildred, gracias. Ahora creo que tengo que darle alguna explicación.


—Estaría bien.Sin embargo yo no te las voy a pedir pues estoy segura que me las darás cuando estés lista. Siéntate y desayuna ayer porque cenastes muy poco. He hecho tortitas y una ensalada de frutas. Tengo cacao, ¿Quieres?


—Sí a todo, gracias.


Sonrió a la señora. Le sirvió un buen tazón de chocolate, una porción generosa de frutas y algunas tortitas con sirope de caramelo. Durante un par de minutos comió sin decir nada tras lo cual pausó el ritmo y empezó a relatar lo ocurrido. Cuidó mucho las palabras y controló lo que pudo sus emociones. Mildred le escuchó con atención, sin interrumpirla, sentada a su lado y cogiéndole la mano cuando se le hacía difícil seguir. De vez en cuando asentía y cuando Mar terminó se levantó, llenó un nuevo tazón de cacao y lo llevó a la mesa.


—No sé si debería contárselo a Cecilly. No sé qué hacer. No…


Y ahí se detuvo. Sus ojos volvieron a humedecerse y Mildred la abrazó. Oyó un ruido tras ellas. Se giró un poco y allí estaba su amiga despeinada y con cara de sueño.


—No me cuentes nada que no quieras pero lo he oído todo. No he podido evitarlo. Llevo un buen rato aquí.


Se acercó, le dio un beso a Mildred y ocupó el sitio frente al último recipiente puesto. Preguntó qué iban a hacer y Mar se encogió de hombros. Mildred tomó la palabra y se lo expuso despacio.


—Mar, cuando nos llamaste ya sabíamos parte de lo ocurrido. Mi hijo, el padre de este diablejo, me tenía informada de la agresión al padre Lonergan así como del tiroteo al coche de la policía. También de tu desaparición porque tu madre estuvo llamando a las casas de tus compañeros buscándote. Nos alegramos mucho de saber que estabas bien. Tus padres también.


Mar se alarmó. Si habían intervenido los teléfonos ahora sabrían dónde y a quién buscar. Preguntó también por Adela y los agentes. Entretanto Cecilly desayunaba bien atenta a todo lo que se decía.


—Tu tía, los agentes y el cura siguen hospitalizados. Tu tía ya ha sido interrogada y con la información que facilitó se han podido arrestar a dos personas que han confesado haber ido a la iglesia. Uno era extranjero. Fueron a buscarte a tu casa y forzaron la puerta pero no había nadie. Luego intentaron encontrarte con tus parientes pero las autoridades ya habían desplegado policías y casi los cogieron. Ahora, vamos a llamar a tus padres para que se tranquilicen y de paso para pedirles permiso, si tú quieres, para quedarte unos días con nosotros. Más tarde te compraremos lo que puedas necesitar aunque tengo cosas del verano pasado, que Cecilly dejó pequeñas con su penúltimo estirón.


Cecilly se quedó recogiendo mientras Mar hablaba con su madre. Mildred no se alejó mucho y al final tuvo que ponerse al aparato para recibir las gracias y algunas recomendaciones. Una vez que todo estuvo listo se fueron de tiendas. Mar tenía sentimientos enfrentados. Estaba feliz porque la tía Adela se recuperaba, había hablado con su madre y no sólo no la había reñido sino que la animó a disfrutar los próximos días. Pero, también estaba avergonzada por las molestias que se estaban tomando con ella. Adquirieron lo imprescindible y con ello regresaron deteniéndose por el camino para almorzar algo. Mildred les propuso irse esa misma tarde al rancho y ambas aplaudieron la idea.


Esa noche cenaron y durmieron en la vieja casa de madera donde había crecido Mildred. Allí habían pasado los veranos sus hijos y sus nietos. No estaba excesivamente lejos de la ciudad pero sí lo bastante para que uno se sintiera apartado de la civilización. La construcción estaba asentada sobre un prado en una falsa planicie con una caída casi imperceptible. Los árboles más cercanos se levantaban a cincuenta metros y eran la orilla del bosque. La casa tenía una planta principal y un sótano. La planta principal se elevaba cerca de dos metros sobre el nivel del suelo y por consiguiente el sótano parecía un piso bajo. La distribución era sencilla. Había un amplio salón orientado al norte y al sur al que daban una cocina-comedor, muy luminosa orientada tanto al norte como al sur y al este, y un pasillo en torno al cual se disponían tres dormitorios y dos cuartos de baño. Estaba amueblada con gusto y adornada con fotos y cuadros de la familia. Cecilly le contó a Mar que tanto su abuelo como su padre habían sido unos fotógrafos estupendos y ellos habían tomado la mayoría de las instantáneas.


Antes de irse a dormir Cecilly buscó un momento para quedarse a solas con Mar. La manifestó su deseo de hablar de algo que no volvería a tocar. Mar había aprendido a aceptar estas misteriosas resoluciones de Cecily Capone por lo que permaneció callada y expectante.


—Lupita, y te llamo así con todo mi cariño, quiero pedirte perdón por lo mal que te lo hice pasar. No habían razones. Me sentó fatal la popularidad. Se me atragantó. Nunca antes lo había sido. Me he dejado llevar la sinrazón y lo habéis pasado mal tú y otras personas. Quise ser la mejor, la líder y no me daba cuenta de que no estaba bien forzar a todos para que bailaran al son de mi música. Ahora, que he podido pensarlo y que te conozco mejor me gustaría poder seguir llamándote amiga y que lo seamos de verdad y no sólo que no haya hostilidad entre nosotras.


Mar callaba y Cecilly se iba poniendo nerviosa. No estaba acostumbrada a pedir disculpas y le había costado mucho soltar el discursito. Mar acabó por responderla con un “desde luego”. Esa noche le costó algo coger el sueño. Al final se dijo a sí misma que el problema era que había mucho silencio.


jueves, 25 de agosto de 2016

07 KRISTEN (2 DE 2)

KRISTEN.


3.


(Imagen cortesía gigirey.com)

Hannah sorprendió a Edvard yendo a verle a su despacho. Él pidió que no les molestasen dispuesto a escuchar a su hija pero ella terminó pronto con él pues se limitó a preguntarle si podrían comer juntos. Edvard se mostró contrariado. Justo ese día tenía el único compromiso ineludible quizás de todo el año. Se quedó en silencio unos segundos pensando qué podía hacer. De hecho, sus invitados venían de Oslo a petición suya. En la cita llevaban trabajando meses y los resultados garantizarían el futuro de la empresa al menos otros cinco años. Se lo explicó a Hannah que le escuchó educadamente y cuando se temió la habitual respuesta negativa, silencio y un simple “adiós papá” se encontró con una propuesta de ella de preparar la cena y esperar a esa noche para que hablasen juntos. Luego le dio un beso y le deseó suerte en su cita.


—Te lo dije Kristen. Siempre está ocupado.


—Pero, eso es lo que se espera de él. ¿Cómo te ha atendido? ¿Has sido un asunto a tratar más?


—Ha dejado todo por atenderme y parecía dispuesto a tomarse su tiempo.


—A pesar de tener un negocio tan importante.


—Sí, a pesar de tener un asunto tan importante. ¡Ven, corre! volvemos a Lade, no tenemos nada ya que hacer aquí y yo tengo que preparar una cena.


—Que hará Valentina Ivanovna.


—Sí pero yo pondré la decoración, el vino y la conversación.


Valentina al enterarse quedó muy sorprendida y se puso algo nerviosa porque no sabía con qué agasajar al señor Dronning según los gustos de su hija. Hannah le explicó que su padre tenía importantes negocios ese día y seguramente serían durante el almuerzo. Valentina dedujo que regresaría tarde y le dio instrucciones a Hannah.Ya tenía claro qué podía servirles. Le propuso a Hannah que le buscase un vino a su padre y le dio un par de opciones. Hannah fue a comprarlo con Kristen. Cuando llegó le aguardaban sus primos para proponerle ir a la playa. Kristen se había marchado y hasta que Valentina no terminase no podía empezar ella. La tarde fue muy entretenida. Alex era genial y Jon sencillamente no parecía Jon. En algunos momentos hasta se le antojaba atractivo.


(Imagen cortesía de tripadvisor.com)

Valentina se marchó media hora más tarde de lo acostumbrado mientras Hannah presentaba una mesa sencilla y elegante. Tenía bien claras las indicaciones y cuando su padre llegó tuvo una segunda sorpresa agradable. Le sirvió una copa del vino que iba a tomar en la cena y él le pidió cinco minutos para refrescarse. Hannah contaba con ello y aprovechó para sacar unos entrantes de caviar y arenques y apagó el fogón de la cocina para llenar una sopera con el contenido de la olla que estaba sobre el mismo y que fregó aún caliente. Apareció el invitado y juntos se sentaron en el comedor. Le sirvió una segunda copa de vino y dieron cuenta además de lo servido de una sopa de tomate, una ensalada y tarta de manzana con canela mientras Edvard le contaba detalles a Hannah de su importante reunión, en respuesta al interés mostrado por ella. Él insistió en ayudarla a fregar mientras preparaba café y la escuchó tocar el piano en lo que se lo tomaba. Fue un café muy largo porque Hannah había preparado repertorio para aproximadamente un cuarto de hora, llevaba semanas sin sentarse ante los pedales y las teclas, pero al final lo hizo durante algo más de una hora. Edvard lo disfrutó y se sintió inmensamente feliz.


—Todo ha sido maravilloso. Muchas gracias.


—Papá… tengo que contarte algo y pedirte una cosa.


—Ah.


—Sí, me temo que todo esto no era desinteresado.


—Cuéntame.


Hannah le relató a su padre su reciente historia con Kristen. Se habían conocido cuatro días atrás cuando le propuso ir a la ciudad a comer con sus amigas. Luego se habían visto en varias ocasiones y habían hablado de cosas personales lo que le era sorprendente porque ella, que no era una persona introvertida, nunca se había abierto con nadie en tan poco tiempo ni se había sentido tan a gusto. El lunes, la víspera le había reprochado de alguna manera que no estaba siendo justa con su padre y reflexionó sobre ello y se dio cuenta de que tenía razón por lo que debía reconducir su relación y para ello qué mejor que sorprenderlo, comer con él, pedirle disculpas por la actitud de los últimos meses y pedirle que le tenga paciencia por si se repiten los yerros pero que ella no los desea y quiere volver de alguna manera a la felicidad de antes aunque ahora necesita más espacio, intimidad y crecer. Edvard en silencio asimilaba cada una de las palabras. Hannah conocía esa actitud y se la esperaba lo que le animó a seguir. La cena había sustituido al almuerzo y durante la misma decidió que tenía que pedirle un favor.


—Hazlo, cariño. Has hablado con mucho tino, tienes una disposición adecuada y me he sentido orgulloso de tu madurez. Sólo por pasar una noche tan agradable como ésta… no sé que hubiera dado ni cuantos favores haría. Sigue hija.


—Es Kristen.


—Tu nueva amiga. Cuéntame más de ella.


—Ese es el problema. No sé nada de ella.


Hannah no había podido saber nada más que no era de allí pero que sospechaba de era de Stavanger por sus referencias a la calidez del clima, a la iglesia roja de San Petri en contraste con las casas blancas del barrio antiguo donde creció y su firme creencia de que la empresa familiar debería tener allí sus dependencias principales como las restantes vinculadas al petróleo del mar del Norte. Había eludido conocer a sus primos y a Valentina, decirle dónde vive y responder cualquier clase de preguntas personales. Se mostraba muchas veces como ausente y desorientada pero en cambio, lo mismo que él, la escucha con atención y se refería a los demás con comprensión, mesura y siempre buscando su lado positivo. Sabía mucho de la familia y eso, no le asustaba, pero le inquietaba un poquito. Es verdad que con sus antecedentes no es difícil encontrar información sobre ellos pero por qué una chiquilla casi de su edad había de saber tanto. ¿Sería una acosadora?


—Me tranquiliza que hoy me ha dicho que tiene ganas de conocerte.


—Eso está bien pero permíteme que te aconseje que mantengas un poco las distancias mientras hago algunas averiguaciones. Ahora me vas a dar una descripción detallada de ella, me vas a refererir los sitios donde os habéis visto y todos aquellos detalles que puedas como… por ejemplo, ¿cuál es su comida favorita?


—Me dijo que se pirraba por las tartas de arándanos.


—Eso está bien pero lo necesito apuntar todo por orden.


Edvard y Hannah se pusieron a ello y les dio la medianoche cuando al leer por tercera vez la descripción Edvard se repitió por enésima vez que le faltaba algo. Buscó un viejo álbum de fotos y al regresar con él al salón Hannah se percató de señales de ansiedad en su rostro.


—Te voy a enseñar la foto de una persona real muy parecida a la que me describes para apuntar mejor los detalles como si la nariz es más o menos larga o si es más o menos pecosa.


(Cortesía de albumdigital.org)

Edvard buscó una vieja foto en color de bastante tamaño de una muchacha rubia con trenzas, pecosa de ojos azules brillantes, sonrisa abierta e increiblemente expresiva. Vestía una blusa estampada y llevaba un pantalón con peto. Tendría unos trece años y de fondo se alzaban unas casas tradicionales de maderas blancas. Parecía una foto de estudio pero se veía que el entorno era real y no un decorado. Hannah no pudo disimular su cara de asombro. Era Kristen.


—Es ella papá. Bueno no puede ser ella pero es clavadita. ¿Quién es?


—Se llamaba Kristen también y era tu madre cuando aún no tenía catorce años. Esta foto era del despacho de tu abuelo y ella la sacó del marco y la guardó en el álbum cuando él murió. Ese mismo marco es el que está en mi mesa con la foto de ella cuando se quedó embarazada de ti. Al principio no caí, tenía la mente bloqueada pero la tarta de arándanos, su origen siddis y la descripción que me has hecho de lo físico y de su forma de ser me han llevado a concebir una locura.


—Que mamá esté viva. No es posible. Tal vez que no muriera y hubiera tenido otra hija— respondió Mar ingenuamente pues sabía que eso era imposible. Se calló. Boquiabierta miró tras de ella. Edvard viendo la expresión de su hija, sin volverse habló pausadamente, con suavidad y dulzura.


—Hola Kristen. Si me vuelvo, ¿te veré yo también?


Y, sin esperar respuesta lo hizo lentamente. Allí estaba tal y como Hannah la había descrito. Sólo duró un par de segundos porque la siguiente visión de ella era la familiar para Hannah y Edvard, la Kristen de poco menos de treinta que les sonreía. Su tono de voz sorprendió a Hannah pero le generó una sensación de paz y bienestar.


—El corazón de mi mundo por fin reconciliado. Ahora sí soy feliz. Hannah no te puedes imaginar cuánto desee conocerte pero nunca me fue dado tenerte en mis brazos, abrazarte, amamantarte y jugar contigo. Te he visto crecer y lo has ido haciendo todo muy bien. Estoy muy orgullosa. Eso no me lo han podido quitar como tampoco me han podido arrebatar el amor que siento por ti. En cuanto a ti, mi Ed. ¿Qué puedo decir que no te haya dicho ya tantas veces? Gracias. Gracias por cuidar de ella como has hecho. Gracias por cuidar de ti aunque sólo haya sido por ocuparte de nuestra hija. No, no me equivoqué cuando a pesar del dolor del momento me enamoré de ti y decidí que sería tuya si tú querías. Gracias por haberme dejado ser tu esposa y haberme hecho dichosa.


—Esta noche no podré olvidarla. Has vuelto a mí aunque sólo sea temporalmente. Ni siquiera en el mejor de mis sueños me hubiera parecido posible. ¿Por qué has venido? ¿Te quedarás?


Hannah repitió casi en un murmullo la última pregunta de su padre.


—¿Te quedarás?


4.


Kristen se acercó a su hija y le acarició la mejilla. Fue una sensación cálida. Su mano era increiblemente suave.


—Nunca me he ido. Tu padre lo sabía y nunca ha dejado de tenerme presente. Cuánto hablas cariño. Como cuando estaba aquí contigo. A mí, Hannah, me contaba todo lo del día y hablaba conmigo lo que callaba con todos. No, no es la persona taciturna que la gente cree. Sólo necesita quien le escuche.


Luego cogiéndole la mano a Edvard, para lo cual se tuvo que poner en cuclillas pues aún seguían sentados en torno al álbum y las notas, le miró fíjamente y sin dejar de hacerlo continuó hablando.


—Hannah, se comprensiva y paciente con él. Te ama tanto como a mí y sólo desea tu bien. Sabemos que llegará el momento que tengas que irte, que hacer tu vida pero, hasta entonces, tenlo presente siempre y confía en él. Ahora os dejo que tenéis que descansar.


(Cortesía de fotocommunity.es)

Y agarrada de la mano y mirando los ojos humedecidos de Edvard desapareció sin que se dieran cuenta. Un segundo después Edvard dejó caer una lágrima mientras se levantaba, cogía su taza vacía de café y se iba a la cocina. Hannah se quedó mirando la foto de su madre adolescente con la imagen de la tristeza de su padre. Kristen siempre había sido extraña para ella pero sin darse cuenta la había conocido en esos cuatro días. Hizo un cálculo mental rápido, cuatro años por cada jornada. No, se dijo, es insuficiente. Con qué derecho se presenta así y atormenta de esa manera a su padre. Si quería tanto a Edvard por qué se lo ha hecho pasar tan mal de nuevo. La primera vez fue un accidente. Eclampsia. Ahora no. Ahora había venido consciente y voluntariamente y se había manifestado para qué. Para poner su mundo patas arriba y hacerla sentir culpable de no haberse preocupado de saber más de ella. Para… no se le ocurrían más reproches. Le bullían sentimientos muy fuertes de caracteres muy distintos. Rabia, ira, vergüenza, perdón, cariño y afecto, e incluso amor. De pronto se sintió terriblemente cansada. Edvard salió de la cocina y recogió los papeles. Sonreía, la besó en la mejilla y la mandó a la cama. Mientras ella subía las escaleras le oyó que le decía algo en lo que pensó hasta que se quedó dormida.


—Qué noche más maravillosa. Y, eso que sólo es martes.


Hannah cuando se durmió lo hizo plácidamente y se despertó tarde. Al hacerlo le envió un mensaje a su padre pidiéndole disculpas por no haber desayunado con él. La respuesta fue inmediata. En otro mensaje breve Edvard le pedía que no se preocupara y le deseaba un feliz día. Hannah repartió la jornada entre sus amigas, sus primos y el piano. No supo nada de Kristen ni se preocupó por ella. En tres días estaría volando hacia España y afloraban los primeros nervios tanto en Alex como en ella. Eso y algún comentario de su prima por las miradas de Hannah a Jon coparon las conversaciones. Optaron por cenar juntos y Gesine les obsequió con una tarta de galleta y chocolate tras unas estupendas truchas con patatas panaderas. Valentina recibió a Edvard y le informó del cambio de planes para esa noche por parte de Hannah y los dos decidieron dejarla sola y sólo la llamó Edvard cuando vio que se hacía tarde. Veinticuatro horas sin señal de Kristen.


El jueves madrugó para buscar a sus amigas e irse juntas en bicicleta a dar una vuelta, charlar y almorzar en cualquier sitio de comidas rápidas. Al terminar algunas tenían que regresar y tras acompañarlas las que quedaron se se despidieron de Hannah. Entonces marchó a ver qué hacía Alex y la encontró preparándose para ir a la playa. Quedaron en reunirse allí. Dejó la bicicleta, corrió escaleras arriba, se cambió y cuando corría escaleras abajo fue interceptada por Valentina quien, tras informarse de sus intenciones, la obligó a tomarse un gran vaso de limonada fresca antes de permitirle salir a la calle. De camino, ahora a pie, se encontró súbitamente con Kristen y sus coletas. Kristen la saludó como si no hubiera sucedido nada raro, con la misma alegría de siempre. Hannah le devolvió el saludo más  mohina.


—He venido a despedirme. Pasado mañana te vas a España y yo he de volver a mi sitio.


—Adiós entonces.


—Así, tan frío. ¿Hannah qué pasa? Creí que éramos amigas.


—¿Qué quieres que pase… cómo te llamo Kristen o mamá? Estoy hecha un lío, algo violenta y no lo entiendo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Qué quieres mamá?


Su interlocutora cambió. Era la mujer hermosa del retrato de la oficina de su padre. La miraba sonriendo y esa transformación la calmó un poco.


—No me has echado de menos porque no me conociste pero siempre has extrañado una figura materna. Ese papel, a pesar de lo mucho que te quieren no lo han podido ocupar ni Valentina, ni mi querida Gesine ni tu maravilloso padre. Sé lo mal que lo pasabas y como tenías la impresión de que tu mundo se volvía del revés y, aunque esta es la edad de vuestra autonomía y reafirmación, en el fondo siempre estáis pendientes a las respuestas de vuestros progenitores para convenceros de que seguís el camino correcto. ¿No me necesitabas acaso?


—Sé que estaba rara, que tenía problemas de comunicación con papá y que no quería aceptar los cambios. ¿A eso te referías? Porque sigo estando rara.


—Y eso aún te durará. Pero, ¿qué me dices de lo demás?


Hannah tuvo que reconocer que las relaciones con su padre habían mejorado y que los cambios ya no la asustaban tanto. Que todo había comenzado cuando encontró a la joven Kristen casi una semana atrás y que seguramente ella estaría en lo cierto. Luego empezaron a brotarle lágrimas y le preguntó si ya no la vería más. Por ella no se preocupaba pero, qué sería de su padre.


—Ea, calma. Algún día volveremos a encontrarnos. Yo estoy segura. Por otro lado debes saber que tanto papá como tú venís siempre conmigo y yo permanezco con vosotros. Ed me ha sabido encontrar en su interior y tú lo harás también pero, no lo has hecho antes porque no sabías qué buscar. Ahora ya tienes una imagen o algo así. Ed, no me preocupa, sé que es duro que nos digamos adiós pero la otra vez no tuvimos ocasión. Fue tan repentino. Antes de venir a verte he tenido un largo encuentro con él. Cuidaos y todo os irá bien. Sé buena y feliz siendo tú misma aunque ello te haga ser distinta del resto. Dame un beso hija.


Hannah besó la mejilla de su madre y se dieron un largo abrazo. Cuando se soltaron tenía de nuevo ante sí a la joven Kristen que con un sencillo y jovial adiós se esfumó. Hannah se quedó mirando donde había estado Kristen en silencio, con pena, pero una mano sobre su hombro la sacó de ese estado.


—¿Estabas con alguien primita?


Era su primo Jon. Ella se giró, le dio un beso en la mejilla y un alegre hola. Luego le dijo que iba a la playa a buscar a Alex y le preguntó si quería ir con ella. John le respondió que precisamente esa era su intención y mirándole de arriba a bajo durante unos segundos Hannah le saltó algo que le dejó totalmente sorprendido.


—No eres tan tonto como me habías parecido y tienes encanto. Tengo que ver qué puedo hacer contigo. ¿Me quieres coger de la mano? Alex nos espera.